EL HIJO.docx
Autor: Horacio Quiroga, narrador y periodista; 1878- 1937.
Otras obras: El crimen del otro. Cuentos de amor, de locura y de muerte, Cuentos de la selva [para niños], El salvaje, El desierto, Los desterrados, Más allá, (cuentos), historia de un amor turbio, Pasado amor (novelas); Los perseguidos (novela corta); Los arrecifes de coral (prosa y verso); Suelo natal (lecturas escolares para 42 grado), etcétera.
Género y corriente: Cuento realista.
Estructura: No presenta divisiones.
Sinopsis: "Es un poderoso día de verano en Misiones, con todo el sol, el calor y la calma que puede deparar la estación". Un niño de trece años sale a cazar a la selva; lleva una escopeta y los bolsillos repletos de cartuchos. Su padre le aconseja que tenga mucho cuidado y regrese al mediodía para comer. En el diálogo se pone de manifiesto la incansable preocupación paterna y la inconsciencia infantil y risueña del chico. El muchacho se despide con un beso y parte. "Su padre lo sigue un rato con los ojos, y vuelve a su quehacer de ese día, feliz con la alegría de su pequeño."
El padre sigue también con el pensamiento el recorrido de su hijo por el monte: la picada roja, el abra de espartillo, la linde de cactos, el bañado. El hombre está orgulloso y satisfecho de su vástago. Lo ha educado para que pueda valerse por sí mismo, haciéndole tomar conciencia de los peligros que acechan en la selva, por eso lo ha adiestrado para luchar contra la naturaleza, que en ese ambiente sobrecogedor y salvaje significa luchar en defensa de la propia vida. Para ello ha debido vencer no sólo sus sentimientos paternales, sino también otras preocupaciones que lo atormentan, "porque ese padre de estómago y vista débiles sufre desde hace tiempo de alucinaciones".
De pronto, no muy lejos, suena un estampido. "Dos palomas de menos en el monte—piensa el padre—", y se abstrae de nuevo en su tarea.
y
Pasa el tiempo. El calor se acentúa, resecando la naturaleza y las mentes humanas. "El sol, ya muy alto, continúa ascendiendo. Adonde quiera que se mire —piedras, tierra, árboles—, el aire, enrarecido corno en un horno, vibra con el calor."
El padre se inquieta y echa una mirada al reloj, son las doce. Su hijo debía estar ya de vuelta. Intenta tranquilizarse pero no puede. Se angustia. Las doce y media. Piensa entonces en el estampido que oyó hace tres horas. Después de ése no ha habido otros...
Desesperado, el hombre sale al monte. Lleva la cabeza descubierta, "al aire libre", lo que es campo propicio para desvaríos y alucinaciones, una mente quemada por el ardiente sol del mediodía. Sigue el trayecto acostumbrado por su hijo, pero no halla ni el menor rastro de él. Entonces una certeza desgarradora hace presa de su ánimo, "adquiere la seguridad de que cada paso que da lo lleva, fatal e inexorablemente, al cadáver de su hijo".
Cada vez más angustiado, lo busca en vano, "y vuelve a otro lado, y a otro, y a otro..." Lo llama con voz de llanto: ¡Chiquíto!". Pero a su alrededor sólo responde el silencio de la selva picada por el poderoso sol del mediodía que, sin embargo, será roto por los gritos desolados del padre que, "envejecido en diez años", poco a poco va enloqueciendo.
De pronto, al límite ya de sus fuerzas, ocurre el encuentro donde se mezclan la congoja y la felicidad. El hombre "ve bruscamente desembocar de un pique lateral a su hijo". Sí, es su Chiquito, quien al verle tan angustiado apresura el paso y se le acerca con los ojos llorosos de emoción. El padre, exhausto pero ya sereno, "se deja caer sentado en la arena albearte, rodeando con los brazos las piernas de su hijo". El niño le acaricia la cabeza. La pesadilla terminó. Ya van a ser las tres de la tarde. Y juntos ahora, padre e hijo emprenden el regreso a la casa. Por el camino dialogan familiarmente; el niño explica su tardanza; él "lleva pasado su feliz brazo de padre" sobre los hombros de su hijo. "Regresa empapado de sudor, y aunque quebrantado de cuerpo y alma, sonríe de felicidad", pero el hombre "sonríe de alucinada felicidad. Pues ese padre va solo. A nadie ha encontrado, y su brazo se apoya en el vacío. Porque tras él, al pie de un poste y con las piernas en alto, enredadas en el alambre de púas, su hijo bienamado yace al sol, muerto desde las diez de la mañana". La dolorosa realidad se pone así de manifiesto en este desenlace trágico, que contrasta con la hermosa realidad ficticia que está viviendo el padre.
El hijo, cuento escrito en su madurez, es uno de los más logrados de Horacio Quiroga. Emoción, paisaje, expectativa, juego psicológico se combinan en una trama concisa rematada por un final sorpresivo que es, según la crítica moderna, el mérito superior de un buen cuento, y Quiroga sabe cerrar con broche de oro la peripecia de su narración.
Este cuento forma parte del libro Más allá, publicado en 1934, y pertenece a la serie de los llamados por el propio autor "cuentos de monte" o "a puño limpio", relatos realistas cuyo escenario es la selva, el desierto o el monte, donde se pone de manifiesto la fuerza de la naturaleza contra la cual el hombre lucha para sobrevivir.
La narración está en tercera persona del presente, y se desarrolla en el ambiente selvático de la provincia argentina de Misiones, como la mayoría de los relatos de monte de este autor.
La anécdota es sencilla y lineal, pues el valor del cuento radica en el juego psicológico y en las emociones en que el autor ahonda y de las cuales se vale como principal móvil del relato.
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