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lunes, agosto 14, 2006

DE AMOR Y OTROS DEMONIOS

INTRODUCCIÓN

En Cartagena de las Indias, durante la época del virreinato, vivió una joven de cabello rojizo excepcional, que se pensaba estaba poseída por el demonio porque un perro rabioso la había mordido. Sierva María de los Ángeles era su nombre y fue recluida en un convento para curarla con exorcismos, pero entre la locura, la verdad, la posesión demoníaca y la religión, surge un amor frustrado por la cerrazón de la Iglesia y el Santo Oficio, que finalmente culmina en la muerte.

RESUMEN

UNO

El día 7 de diciembre, día de San Ambrosio Obispo, un perro cenizo mordió a cuatro personas que se le atravesaron en el camino. Tres de ellas eran esclavos y la otra era Sierva María de Todos los Ángeles, hija única del marqués de Casalduero, que había ido con una sirvienta mulata al mercado para comprar una ristra de cascabeles para la fiesta de sus doce años. Aquel mismo día llegó un embarque de esclavos que se pensaba venía contaminado de una peste, pero resultó ser producto de un envenenamiento.

Bernarda Cabrera, madre de Sierva María y esposa sin títulos del marqués de Casalduero era una mestiza brava, seductora, rapaz, parrandera y consumía mucha miel fermentada y tabletas de tabaco. Había sido muy astuta en el comercio de esclavos pero ahora, debido a sus excesos, la hacienda donde vivían, estaba en malas condiciones. Anteriormente, la esclava Dominga de Adviento gobernó la casa, crió a Sierva María y era la única con autoridad para mediar entre el marqués y su esposa, pero hace no mucho había fallecido y Sierva María andaba siempre con los esclavos. Para el festejo de su cumpleaños, los esclavos de la casa le pintaron la cara de negro, le colgaron collares de santería y le cuidaban la cabellera rojiza que nunca le habían cortado y se enrollaba con trenzas.

Sierva María tenía el cuerpo escuálido, era tímida, de piel lívida, de ojos azul taciturno y cabello cobrizo, se parecía a su padre y su forma de ser la hacían parecer invisible.

Las esclavas le informaron a Bernarda sobre la mordida del perro dos días después. Ella fue a revisar a su hija y vio la marca cicatrizada en el tobillo y no se preocupó más por el asunto. Al domingo siguiente, la esclava que llevaba a Sierva María aquel día, vio al mismo perro que mordió a la niña muerto por la rabia. Bernarda no se preocupó al respecto, la herida estaba seca y tampoco se lo comentó a su marido.

A principios de enero, Sagunta, una india andariega visitó al marqués para informarle sobre la peste de rabia que había y sobre las personas que sufrían de esta por las mordidas del perro, entre ellas, su hija. Sagunta afirmaba ser la única poseedora de las llaves de San Huberto, patrono de los cazadores y sanador de los rabiados. Como el marqués, quien no se interesaba en ningún asunto del hogar desconocía de la mordida, la despidió sin prestarle atención, pero Bernarda le confirmó el hecho después.

Para el marqués era claro, siempre pensó que amaba a su hija aunque nunca le prestaba atención, pero el miedo al mal de rabia lo obligaba a confesarse que se engañaba a sí mismo por comodidad. En cambio Bernarda tenía plena conciencia de no amarla nada ni de ser correspondida por Sierva María y ambas cosas le parecían justas. Mucho del odio que ambos padres sentían por la niña era por lo que ella tenía del uno y del otro.

Preocupado por el mal de rabia, el marqués fue al hospital del Amor de Dios para ver al enfermo de rabia, quien se encontraba amarrado en una situación deplorable y consumido por la enfermedad. A la salida del hospital, se cruzó con el doctor Abrenuncio, un judío doctor erudito que permanecía junto a su caballo muerto. El marqués lo invitó a pasar a su carroza y lo cuestionó sobre la rabia y el estado del paciente. Abrenuncio recomendó que debían matar al enfermo como buenos cristianos para detener su sufrimiento, pues ya no había cura, pero aclaró que algunos podían no contraer la rabia pese a la mordida.

El marqués dejó al doctor en su casa y cuando éste regresó a su hacienda le ordenó a su criado Neptuno, recoger el caballo del doctor para darle sepultura y le pidió que le regalara su mejor caballo del establo.

Bernarda se aplicaba lavativas de consuelo por sus males y excesos, sobre todo por el incendio de sus vísceras. Nada quedaba entonces de lo que fue de recién casada y cuando concebía aventuras comerciales hasta que conoció a Judas Iscariote, un esclavo que compró porque lo deseaba y le gustaba mucho. Bernarda enloqueció por él, lo bañó en oro, con cadenas, anillos y pulseras, creyó morir cuando se enteró de que se acostaba con todas, pero finalmente se conformó con las sobras.

Una tarde, Dominga de Adviento los descubrió haciendo el amor pero Bernarda le prohibió comentar algo. El marqués, si es que sabía, se hacía el desentendido y Sierva María estaba tan olvidada, que un día, cuando Bernarda regresaba de parranda, confundió a su hija con otra persona.

Cuando el marqués regreso del hospital del Amor de Dios, estaba completamente determinado a tomar las riendas de la casa, pues cuando Bernarda sucumbió en sus vicios y Dominga de Adviento murió, los esclavos se infiltraron a la casa y había un total descontrol de las cosas. Lo primero que hizo fue devolverle a la niña el dormitorio de su abuela la marquesa, de donde Bernarda la había sacado para que durmiera con los esclavos.

Después espantó a los esclavos que dormitaban y amenazó con azotes a los que volvieran a hacer sus necesidades en los rincones o jugaran suerte y azar en los aposentos clausurados.

Sierva María se resistió cuando su padre la llevó en brazos al dormitorio y le aclaró a los esclavos que ella viviría en la casa y no con ellos. La niña no le contestaba ni miraba a su padre. A la mañana siguiente, el marqué fue a revisar la habitación de su hija y esta se había ido a dormir con las esclavas por su costumbre.

El marqués le encargó a Caridad del Cobre, la mulata que acompañó a la niña el día en que la mordió el perro, el cuidado de la niña como si fuera Dominga de Adviento. Le pidió que le diera informes del comportamiento de su hija y que le impidiera traspasar la cerca de espinos que haría construir entre el patio de los esclavos y el resto de la casa.

A la mañana siguiente, el marqués fue muy temprano a casa del doctor Abrenuncio para pedirle que examinara a su hija. El doctor estaba muy agradecido por el caballo nuevo y lo acompañó para examinar a Sierva María. Bernarda desaprobaba la presencia del doctor judío, pero no fue un impedimento para que Abrenuncio viera a la niña. Durante el examen médico, la niña mintió constantemente y parecía estar muy sana a excepción de un extraño olor a cebolla. Caridad del Cobre le reveló al marqués que la niña se había entregado en secreto a las ciencias de los esclavos y la encerraban desnuda en la bodega de cebollas para destruir el maleficio del perro.

Abrenuncio pensó que la herida estaba lejos del cerebro y poco profunda, por tanto, podía estar libre de rabia. El marqués había decidido apelar al hospital y cuidarla en casa. Mientras tanto, el doctor le recomendó darle todo cuanto pudiera hacerla feliz, pues no hay medicina que cure lo que la felicidad no puede curar.

DOS

Nunca se supo cómo había llegado el marqués a semejante estado de desidia antes de que el perro mordiera a su hija, ni porqué mantuvo su matrimonio disfuncional.

Ignacio, heredero único, no daba señales de nada ni de querer a nadie. Creció con signos de retraso mental y sus primeros síntomas de vida los dio a los 20 años de edad, cuando se enviaba cartas de amor con Dulce Olivia, una de las reclusas del manicomio Divina Pastora, contiguo a la hacienda del marqués. Fue así como el marqués aprendió a leer y escribir, pero su familia no permitiría esa relación porque deseaban que se casara con la heredera de un grande de España. Fue así como desposó a Doña Olalla de Mendoza, una mujer muy bella y de grandes talentos para la música, a la que mantuvo virgen para no concederle la gracia de tener un hijo. Doña Olalla y el marqués no se entendían en la música, pero desde el día en que Ignacio se fijó en la tiorba italiana, practicaban juntos ejercicios bajo los árboles del huerto. El 9 de noviembre, la pareja estaba tocando un dúo bajo los naranjos cuando de pronto un relámpago los cegó y Doña Olalla cayó fulminada por la centella.

El marqués ordenó funerales de reina y encontró en el huerto un mensaje de Dulce Olivia que se responsabilizaba por el rayo.

El marqués donó sus bienes materiales, sólo conservó la mansión con el patio reducido al mínimo y el Trapiche de Mahates, y a Dominga de Adviento le cedió el gobierno de la casa. Desde entonces, el marqués temía que los esclavos lo asesinaran y ordenó mantener siempre las luces encendidas.

Dulce Olivia se consoló con la añoranza de lo que nunca fue y por las noches se escapaba de la Divina Pastora para entrar a la mansión, limpiar los pasillos, acomodar y lavar las cosas que creía que los esclavos no hacían bien. Dominga de Adviento murió sin saber nunca por qué los pasillos estaban más limpios al amanecer y por qué las cosas estaban en otro lugar.

Poco antes de cumplir un año de viudo el marqués descubrió a Dulce Olivia en la casa y desde entonces reanudaron una amistad prohibida que alguna vez pareció amor. Conversaban hasta el amanecer sin ilusiones ni despecho, como un viejo matrimonio, hasta que alguno de los dos decía algo incorrecto, se enfadaban y Dulce Olivia desaparecía por un largo rato. Ella se ofreció para consolarlo y ser su esclava sumisa, pero él juró nunca más casarse. Sin embargo, antes de un año se casó a escondidas con Bernarda, hija de un antiguo capataz de su padre quien tras escabullirse en los aposentos del marqués y quitarle su virginidad, quedó embarazada.

Cuando Sierva María de los Ángeles nació, Dominga de Adviento juró, si sobrevivía el difícil parto, que no le cortaría el cabello hasta su noche de bodas. Bernarda despreció a su hija desde el principio y Dominga la educó conforme a su religión. La niña era sigilosa en sus movimientos y por ello, su madre le colocaba una campana para conocer sus movimientos en la casa, pero aún así, se las ingeniaba para parecer un fantasma aterrador y Bernarda decidió enviarla a dormir con los esclavos.

El día que Bernarda conoció a Judas Iscariote, aprendió a masticar tabaco y hojas de coca. Probó el canabis de la India, la trementina de Chipre, el peyote del Real de Catorce y probó por lo menos una vez el opio del nao de China.

Judas se volvió ladrón, proxeneta, sodomita ocasional, y todo por vicio, pues nada le faltaba. Una mala noche se enfrentó con tres galeotes de la flota por un pleito de barajas y lo mataron. Bernarda se refugió en el Trapiche y la casa quedó al garete, y si no naufragó, fue por la mano de Dominga de Adviento.

El marqués escuchaba rumores de que hablaba sola, deliraba en el Trapiche y vivía en estado de delirio. Tal era su deterioro que ni el marido la reconoció cuando volvió de Mahates, después de tres años, poco antes de que el perro mordiera a la niña.

A mediados de marzo parecía que los males de rabia habían sido conjurados. El marqués le dio a su hija el tratamiento de felicidad que le recomendó el doctor. Padre e hija daban largos paseos para ver atardeceres y el mar. El marqués intentó quitarle las costumbres negras enseñándole más cosas de blancos en dos meses que en toda su vida. Había comprado cajas de música y desempolvado su instrumento italiano para hacer música con su hija.

El doctor Abrenuncio los visitaba cada semana y un día escuchó a Bernarda quejarse fuertemente por el deterioro de su hígado. El doctor afirmó que para septiembre moriría y el marqués lamentó que tendría que esperar tanto tiempo.

Un día Caridad del Cobre despertó al marqués de su siesta para informarle que la niña tenía fiebre. Abrenuncio fue a examinarla y sugirió esperar para ver cómo se desarrollaba la fiebre. El marqués no quiso delegar su confianza a Dios sino a todo aquel que le diera esperanzas, así que sometió a la niña a múltiples tratamientos de muchos doctores. Al cabo de dos semanas, Sierva María había soportado dos baños de hierbas y dos lavativas emolientes por día, la habían llevado al borde de la agonía con pócimas de estibio natural y otros filtros mortales. Había pasado por todo, vértigos, convulsiones, espasmos, delirios, solturas de vientre y de vejiga y se revolcaba por los suelos aullando de dolor y de furia. Incluso los curanderos más audaces la abandonaron a su suerte hasta que reapareció Sagunta con sus métodos poco tradicionales. Sagunta se desnudó de sus sábanas y se embadurnó de unturas de indios para restregar su cuerpo con el de la niña desnuda. Ésta se resistió a pesar de su debilidad, pero Sagunta la sometió. Bernarda escuchó los alaridos dementes y al ver lo que pasaba, azotó a ambas con los hicos de la hamaca.

El obispo de la diócesis, Don Tonibio de Cáceres y Virtudes, preocupado y alarmado por la situación de Sierva María, hizo llamar al marqués porque pensaba que su hija podía estar poseída por demonios y era necesario encomendarla a Dios, pues su cuerpo podía no tener cura, pero su alma sí.

El marqués dejó de asistir a la iglesia y de ser creyente desde que su primera mujer falleció, pero las palabras del obispo lo hicieron reflexionar sobre la futura condición de su hija.

El obispo y el padre Cayetano Delaura aseguraban que Abrenuncio era un hereje que maldijo a la niña y le recomendaron al marqués llevar a su hija al Convento de Santa Clara para exorcizarla.

Cuando el marqués regresó de su cita con el obispo, escuchó a su hija tocar las cuerdas de la tiorba y cantar la canción que él le había enseñado, pero cuando entró en su recámara la niña volvió a enfermar. El marqués pasó la noche en vela junto a la cama de su hija y a la mañana siguiente, estaba determinado para llevarla al convento. Vistió a la niña con un vestido que pertenecía a Bernarda en su juventud y la hacía lucir como una reina, preparó una maleta y llevó a la niña al convento de Santa Clara.

Las monjas se la llevaron sin darles tiempo de que se despidieran y el último recuerdo que tuvo de ella fue cuando atravesaba la galería del jardín arrastrando el pie lastimado.

TRES

El convento de Santa Clara era un edificio cuadrado frente al mar de tres pisos con numerosas ventanas. Tenía 80 monjas, todas con sus servicios y 36 criollas de las grandes familias del virreinato.

Al final de todo el Convento, lo más lejos posible y dejado, había un pabellón solitario que durante 68 años sirvió de cárcel a la inquisición. Fue en la última celda de ese rincón donde encerraron a Sierva María a los 93 días de ser mordida por el perro y sin ningún síntoma de rabia.

Las novicias que custodiaban a Sierva María a su llegada, se interesaron por sus anillos y collares de santería, pero cuando intentaron quitárselos, la niña se retorció y mordió la mano de una de ellas. Poco después pasaron dos esclavas negras que reconocieron los collares y le hablaron en lengua yoruba. Sierva María les contestó, les dijo su nombre de esclava, María Mandinga y se fue con ellas a la cocina en donde ayudó a matar un chivo y jugó con los niños y adultos esclavos.

La abadesa, Josefa Miranda, resentida con el clero del obispo por múltiples injusticias cometidas en el pasado contra su diócesis, estaba molesta por la presencia de la niña endemoniada que nadie había visto aún, pues Sierva María había pasado desapercibida en su primer día en el convento, como si fuera invisible.

A la mañana siguiente Sierva María se descubrió por su canto con las esclavas y por la fuerza, fue llevada a su celda.

Desde entonces no ocurrió nada que no fuera atribuido al maleficio de Sierva María. Varias noches declararon para las actas que la niña volaba con unas alas transparentes que omitían un zumbido fantástico. Un día, las monjas intentaron quitarle los collares de santería, pero Sierva María se defendió con fuerza, saltó por la ventana y alborotó las colmenas de abejas y los animales del establo. Tardaron dos días en volver a juntar los animales.

Nunca como entonces era tan agitada y libre la vida del convento. Había monjas por los corredores que jugaban baraja española, dados cargados y tomaban licores en las celdas menos pensadas. Una niña endemoniada dentro del convento tenía la fascinación de una aventura novedosa.

Algunas monjas, en grupos de dos o tres, escapaban por la noche para hablar con Sierva María, y en una ocasión la despojaron de sus collares, pero al cabo de un día, una de ellas se cayó por las escaleras y se fracturó el cráneo. Ninguna monja se sentía segura si no le regresaban sus collares, así que se los devolvieron.

Para el marqués fueron días de luto, se había arrepentido de haber internado a su hija. En su inquietud, fue a visitar a Abrenuncio para comentarle lo que había hecho y éste le recomendó que la sacara del convento cuanto antes, pues los exorcismos eran iguales o peores a las santerías de los esclavos y la niña se encontraba ahora prisionera.

El marqués le escribió una carta al obispo solicitando una audiencia para tratar el caso.

El obispo fue notificado de que Sierva María estaba lista para iniciar los exorcismos. El padre Cayetano Delaura estaba muy intrigado con el caso, pues había soñado que Sierva María estaba sentada frente a un campo nevado comiendo uvas, y la última uva representaba la muerte. Lo más raro para Delaura es que el campo nevado era Salamanca el momento que nevó durante tres días consecutivos y los corderos murieron sofocados por la nieve. El obispo le ofreció encargarse del caso, pero Delaura no deseaba aceptar porque esperaba el puesto de bibliotecario en el Vaticano. Toda su vida había deseado ser bibliotecario; Delaura leía mucho y se encargaba de leerle al Obispo y de su biblioteca.

Su destino original había sido viajar a Yucatán, pero el barco no consiguió llegar y tras un año de estar en Cartagena de Indias y con la llegada del Obispo de Cáceres, permaneció allí, como su protegido.

El obispo insistió en que Delaura tomara el caso, pues el éxito en éste podría representar una certera entrada al puesto que anhelaba para el Vaticano.

Así fue como Cayetano Alcino del Espíritu Santo Delaura y Escudero, a los 36 años cumplidos, entró en la vida de Sierva María y fue parte importante de la historia de la ciudad.

Al día siguiente, Cayetano Delaura fue al convento de Santa Clara con todas las armas para enfrentar al demonio (agua bendita y óleos sacramentales). La abadesa le decía que la presencia de la niña había provocado que las flores crecieran distintas y se manifestaban constantes eventos sobrenaturales. Delaura respondió que era muy delicado atribuirle al demonio las cosas inexplicables.

Antes de llegar a la celda de Sierva María, pasaron por la celda de Martina Laborde, una antigua monja condenada a cadena perpetua por haber matado a dos compañeras suyas con un cuchillo. Llevaba encerrada 11 años y era más conocida por sus intentos frustrados por escapar que por su crimen.

Al entrar a la celda de Sierva María, Delaura percibió un olor a pudredumbre debido a las heces regadas de la niña. Ella yacía boca arriba sobre la cama sin colchón, atada de pies a cabeza con correas de cuero. Delaura pensó que si la niña no estaba poseída, el ambiente era propicio para estarlo. Cayetano examinó a la niña y se impresionó al ver la herida en el tobillo, supurada por la chapucería de los curanderos. Mientras la revisaba le decía que su presencia allí no era para martirizarla sino por la sospecha de que tuviera un demonio adentro. Sierva María ni lo miraba ni se quejaba ni se interesó por sus prédicas.

Cayetano volvió a visitar a Sierva María el lunes siguiente, pero ella lo recibió con un mal ceño y su celda apestaba aún más. Cuando Delaura se atrevió a desatarla, Sierva María se le fue encima como una fiera y le mordió la mano. Cayetano logró colocarle un rosario en el cuello para tratar de defenderse del ataque.

Por otro lado, Martina Laborde no halló la menor resistencia en Sierva María. Fue como si el alma de Dominga de Adviento hubiera entrado a la celda de la niña cuando Martina le sonrió. Ambas entablaron una amistad y prometieron ver juntas el eclipse total de sol que habría el próximo lunes.

El domingo, después de misa, Delaura le llevó a Sierva María una canastilla de dulces. Ella descubrió que Cayetano llevaba la mano vendada y él le dijo que una perrita rabiosa con una cola rojiza de más de un metro lo había mordido. Sierva María tocó su herida, rió por primera vez y afirmó ser más mala que la peste. Antes de marcharse del convento Delaura realizó una protesta formal por la mala comida de las reclusas y las condiciones en que tenían a Sierva María.

Esa misma noche, Cayetano creyó haber visto a Sierva María en la biblioteca del obispo, vestida en su bata de reclusa y con su cabellera de fuego, colocando un armo de gardenias recién nacidas en el florero del mesón. Recitó una frase de Gracilazo, “por vos nací, por vos tengo la vida y por vos muero”. Cerró los ojos para asegurarse de que no era un engaño de las sombras y cuando los volvió a abrir la visión había desaparecido pero la biblioteca estaba saturada por el olor a gardenias.

CUATRO

El padre Cayetano y el obispo admiraron juntos el eclipse, pero Delaura se lastimó un ojo por mirarlo directamente. Cayetano le dijo al obispo que no creía que Sierva María estuviera poseída y atribuía las acusaciones en las actas de las monjas a su falta de entendimiento y cerrazón. El obispo pidió que continuara a pesar de las dudas sobre su posesión demoníaca.

Al día siguiente Sierva María le dijo a Cayetano que sabía que moriría pronto porque Martina Laborde se lo había asegurado. Delaura la reconfortó de su llanto con paliativos confesionarios, y fue entonces cuando Sierva María comprendió que Delaura era su exorcista y no su médico. Cayetano le confesó que le ayudaba porque la quería mucho.

De salida, el padre le llamó la atención a Martina por asustar a Sierva María, pero ella nunca dijo que moriría y comprendieron que Sierva María mentía al respecto, como siempre lo había hecho. No obstante Delaura comprendió que estaba asustada y había creado un ambiente mortuorio a su alrededor.

El obispo le entregó a Cayetano una carta de parte de la abadesa en donde se quejaba de la tutela de Sierva María y de la prepotencia con la que se comportaba Cayetano. Delaura se molestó y afirmó que si alguien estaba poseído era la abadesa. El obispo lo reprendió por cualquier exceso que hubiese cometido a la vez que manifestaba su comprensión, pero se dejó ir por la nostalgia que siempre lo acechaba desde que inició su vejez y olvidó el tema.

A finales de mes arribó a Cartagena de las Indias el nuevo virrey, don Rodrigo de Buen Lozano, y su séquito. La virreina tenía algún parentesco con la abadesa y había solicitado alojarse en el convento. Era casi adolescente, activa y un poco díscola en el convento. No hubo rincón que no registrara ni nada bueno que no quisiera mejorar. La abadesa trató de impedir que se acercara a la celda de Sierva María, pero ello sólo aumentó más su curiosidad. Tan pronto la vio, Martina Laborde se arrojó a sus pies para que le concediera el perdón. La virreina se sintió hechizada cuando vio a Sierva María cosiendo en un rincón y se hizo el propósito de redimirla.

Durante una cena con el gobernador y el virrey, la virreina presentó a Sierva María, quien parecía una reina con el vestido de Bernarda. El virrey no podía creer que estuviera poseída y la encomendó a sus doctores, quienes coincidieron con Abrenuncio en que no tenía ningún síntoma de rabia y era muy probable que ya no la contrajera, sin embargo, nadie se sintió autorizado para dudar de su posesión demoníaca.

El virrey visitó al obispo para comentarle sus planes para gobernar y especialmente, hablar sobre Sierva María. El obispo aclaró que la niña se encontraba en buenas manos. El virrey negó el indulto de Martina porque le parecía un mal precedente ante los demás reos.

Al día siguiente, el obispo decidió que Sierva María permanecería en el convento pero en mejores condiciones y no bajo el régimen carcelario. Asimismo le delegó a Delaura libertad de proceder y le pidió que visitara al marqués.

Cayetano se apresuró felizmente al Convento y un pintor hacía el retrato de Sierva María vestida como reina, con el cabello hasta los pies, emanando una luz extraordinaria, parada en una nube y en medio de una corte de demonios sumisos. Delaura cayó en éxtasis con aquella visión de una niña que se había convertido en mujer.

Sierva María le narró un sueño que tuvo, el cual era el mismo sueño que Cayetano había tenido antes de conocerla. Antes de terminar el relato, Sierva María confesó estar asustada pero Delaura le prometió que pronto sería libre y feliz por la gracia del Espíritu Santo.

Por otro lado, Bernarda no estaba enterada de la ausencia de su hija hasta que un día confundió a Dulce Olivia con Sierva María en una de sus alucinaciones. El marqués le comentó la situación y Bernarda, a pesar de haberla odiado siempre, se consoló al saber que su hija seguía viva. Al día siguiente, Bernarda se marchó de la casa con sus cosas y su dinero; el marqués comprendió entonces que era para siempre.

Delaura visitó al marqués, quien yacía solo en la hamaca, para informarle que él estaba encargado de la salud de su hija. El marqués le enseñó la recámara de Sierva María, la maletita que le había preparado el día que la dejó en el convento y le pidió que se la llevara a su hija. Asimismo, le pidió que visitara a Abrenuncio para hablar sobre la salud de Sierva María.

Pese a que Delaura sabía que Abrenuncio era buscado por el Santo Oficio fue a visitarlo. Abrenuncio lo atendió con mucho gusto y le enseñó su extensa biblioteca. Cayetano estaba asombrado por los numerosos libros y especialmente porque encontró Los cuatro libros de Amadís de Gaula, el libro prohibido que le confiscó el rector del seminario a los 12 años de edad. Ambos hablaron sobre Sierva María. Abrenuncio afirmó que ella no estaba poseída por el diablo y le hizo ver a Delaura que él estaba allí porque deseaba hablar sobre ella. Cayetano se sintió en evidencia y se apresuró para marcharse. El doctor le regaló una medicina para curar su ojo lastimado por el eclipse.

De allí, Delaura fue al convento para ver a Sierva María, le entregó la maletita que enviaba su padre y ella la recibió con gran desprecio, pues lo odiaba y prefería estar primero muerta antes de volverlo a ver. Entonces Sierva María se transformó en energúmeno, comenzó a escupirlo y escupió una baba verde. Delaura toleraba sus escupitajos, ponía la otra mejilla y rezaba con devoción, pero sólo Martina consiguió someter a la niña con sus maneras celestiales. Cayetano huyó y se encerró en la biblioteca a rezar, sacó las pertenencias de Sierva María de la maletita, las olió con deseo, las amó y habló con ellas obscenamente hasta que no pudo más. Entonces se desnudó el torso y comenzó a flagelarse con un odio insaciable. El obispo, que había quedado pendiente de él, lo encontró revolcándose en un lodazal de sangre y de lágrimas. Delaura sólo dijo que era el demonio mismo, el más terrible de todos.

CINCO

Cayetano confesó su deseo y todo cuanto había ocurrido. El obispo lo despojó de sus encomiendas y privilegios y lo mandó a servir de enfermero de leprosos en el hospital del Amor de Dios. Altos dignatarios de la diócesis intercedieron por Cayetano, pero el obispo no cedió manteniendo ocultas las razones de su decisión.

Martina se había hecho cargo de Sierva María con gran devoción y le pidió que le permitiera hablar con sus demonios para salir del convento a cambio de su alma. Sierva María enumeró a seis demonios y Martina identificó a uno de ellos como un demonio africano que alguna vez había hostigado la casa de sus padres.

Por su parte, Cayetano se había sometido con humildad a las condiciones infames del hospital.

El primer martes de penitencia, Abrenuncio se encontró con Cayetano y trató de convencerlo para que fuera a visitarlo a su casa para conversar. Asimismo, le regaló un libro de las Cartas Filosóficas en latín. Cayetano, asombrado por la bondad del doctor, prometió visitarlo a escondidas algún día.

Una noche, por una extraña inspiración, Delaura escapó del hospital para visitar a Sierva María. Le costó trabajo entrar pero un leproso del hospital le había indicado el camino correcto a través de un túnel que no estaba sellado.

Al principio, Sierva María se resistió, pero finalmente conversaron felices por dos horas. Delaura volvió a visitarla las siguientes noches y entre versos y poemas se fueron enamorando y besando, pero manteniéndose siempre vírgenes porque él deseaba mantener su castidad hasta el día en que fueran libres para casarse. Cayetano afirmaba ser capaz de cualquier cosa por ella y Sierva María lo probaba constantemente con crueldad infantil.

Sierva María mantenía su cuarto arreglado como una mujer que espera a su esposo y Cayetano se quedaba con ella hasta el amanecer. Una mañana temprano, mientras la pareja dormía, la guardiana entró con el desayuno de Sierva María, pero salió sin haber visto a Delaura, quien se había vuelto igual de invisible como su amada.

Sierva María le regaló el precioso collar de Oddúa y Cayetano le enseñó a leer, escribir y el culto de la devoción del Espíritu Santo, a la espera del día en que fueran libres y casados.

Sierva María le pidió a Cayetano que escaparan juntos, pero él se negó para esperar debidamente el día de su debido exorcismo y liberación.

Al amanecer del 27 de abril comenzaron los exorcismos de Sierva María sin previo aviso. La llevaron a rastras al abrevadero, la lavaron a baldazos, la despojaron a tirones de sus collares, le pusieron el camisón brutal de los herejes y le cortaron la cabellera hasta la altura de la nuca. Por último le pusieron una camisa de fuerza y la taparon con un trapo fúnebre para llevarla a la capilla. El obispo había convocado a prebendados esclarecidos del Cabildo Eclesiástico para que lo asistieran en el proceso. Sierva María, fuera de sí por el terror gritó ante las palabras y oraciones del obispo. El obispo sufrió un ataque de asma, como era común en su salud, y la ceremonia terminó con un estrépito colosal.

Cayetano encontró aquella noche a Sierva María tiritando de fiebre dentro de una camisa de fuerza y lo que más lo indignó fue que le dejaron el cráneo pelado. Sierva María le contó la terrible experiencia en la capilla y deseaba morirse. Delaura intentó consolarla y le colocó el collar que le había regalado a falta de los demás.

Al día siguiente, un sacerdote viejo de talla imponente conocido como el padre Tomás de Aquino de Narváez, antiguo fiscal del Santo Oficio en Sevilla y párroco del barrio de los esclavos, escogido por el obispo para sustituirlo en los exorcismos, le regresó a Sierva María sus collares y le habló en lengua yoruba. Ella sintió confianza hacia él y nadie parecía mejor hecho para entenderse con Sierva María y enfrentarse con más razón a sus demonios.

Sierva María lo reconoció al instante como un arcángel de salvación y no se equivocó. Tras explicarle sobre los demonios y corregir a la abadesa sobre las actas, el padre prometió que pondría la mayor diligencia para que fuera asunto de días, y ojalá de horas.

Al día siguiente, en la iglesia del padre Aquino, no se podía oficiar la misa porque el padre había desaparecido. A las ocho, la niña del servicio fue a sacar el agua del aljibe y allí estaba el padre Aquino, flotando bocarriba con las calzas que se dejaba puestas para dormir. Fue una muerte triste y sentida y un misterio que nunca se esclareció, y que la abadesa proclamó como la prueba terminante de la maldición del demonio contra su convento.

La noticia llegó hasta la celda de Sierva María que se quedó esperando al padre con una ilusión inocente. No supo explicarle a Cayetano quién era, pero le transmitió su gratitud y la confianza que sentía por él. Hasta entonces les había parecido que el amor les bastaba para ser felices pero fue Sierva María quien se dio cuenta de que la libertad sólo dependía de ellos. Una madrugada, después de largas horas de besos, le suplicó a Delaura que no se fuera, pero él lo tomó a la ligera y se despidió; entonces ella saltó de la cama decidida a marcharse con él para refugiarse con él en San Basilio de Palenque, un pueblo de esclavos fugitivos a doce leguas, donde sería recibida, sin duda, como una reina. A Cayetano le pareció una idea providencial pero confiaba más bien en formalismos legales. De modo que cuando Sierva María lo puso en la encrucijada de quedarse o llevársela, Delaura trató de zafarse de ella y escapó.

La reacción de Sierva María fue feroz, se encerró con tranca y amenazó con prenderle fuego a la celda e incinerarse en ella si no la dejaban irse. Le prendió fuego al colchón pero Martina intervino con sus modos sedantes e impidió la tragedia.

La ansiedad de Sierva María apresuró la de Cayetano por encontrar un recurso inmediato distinto a la fuga así que intentó ver en dos ocasiones al marqués, pero sin éxito.

Entre tanto, el marqués, en su soledad, había llamado nuevamente a Dulce Olivia, quien apareció después de un tiempo y lo culpó de la pérdida de Sierva María, asegurando que el hijo del obispo, refiriéndose a Cayetano, tenía emputecida y empreñada a su hija, según las versiones de Sagunta. Era el final de siempre, el marqués sintió que le faltaba aire y ambos volvieron a pelear. La versión de Dulce Olivia, confirmada y pervertida por Sagunta era que en efecto, Sierva María estaba secuestrada en el convento para saciar los apetitos satánicos de Cayetano Delaura y que había concebido un hijo de dos cabezas.

El marqués no se repuso jamás y derrotado por la añoranza fue a buscar a Bernarda al Trapiche. Ambos se manifestaron el odio que creían haber sentido el uno por el otro y Bernarda le confesó que su padre la envió para engañarlo y violarlo con el objeto de quedar embarazada, y luego asesinarlo.

Permanecieron en silencio viendo el atardecer y el marqués supo que no tenía nada qué agradecerle; se levantó sin prisas y se fue por donde había venido sin despedirse.

Lo único que se encontró de él, dos veranos más tarde, en una vereda sin rumbo, fueron sus restos carcomidos por los gallinazos.

Un día Martina Laborde había escapado del convento. La única noticia que se tuvo de ella fue un papel escrito para Sierva María que decía que rezaría tres veces al día para que fueran felices.

La abadesa aseguraban que eran cómplices y Sierva María afirmó que eran seis y había escapado por la terraza con sus alas de murciélagos.

Las monjas registraron el convento y descubrieron la entrada de albañil por la cual Cayetano entraba y la sellaron de inmediato por sus dos extremos. Sierva María fue mudada a la fuerza a una celda con candado en el pabellón de las enterradas vivas.

Esa noche, Cayetano se rompió los puños tratando de derribar la tapia del túnel. Arrebatado por una fuerza demente corrió en busca del marqués, pero se encontró con Dulce Olivia enfurecida que se negó a llevarlo con él y amenazó con echarle los perros sino se marchaba.

El martes, cuando Abrenuncio fue al hospital, le contó su frustración, los motivos reales de su casstigo y hasta las noches de amor en la celda. Abrenuncio se quedó perplejo y trató de disuadirlo, pero Cayetano no lo oyó y corrió al convento en pleno día, por la puerta de servicio, convencido de ser invisible por el poder de la oración. Subió al segundo piso, pasó frente a la nueva celda de Sierva María sin saberlo, y trató de llegar a la celda de su amada, pero las monjas lo descubrieron y Cayetano fue puesto a disposición del Santo Oficio, y condenado en un juicio de plaza pública por sospecha de herejía, provocando disturbios populares y controversias en el seno de la Iglesia. Cumplió la condena como enfermero en el hospital del Amor de Dios, donde vivió muchos años en connivencia con sus enfermos, comiendo y durmiendo con ellos por los suelos, pero no consiguió su gran anhelo confesado de contraer la lepra.

Sierva María lo había esperado en vano. A los tres días dejó de comer en una explosión de rebeldía que agravó los indicios de posesión. El obispo resumió los exorcismos con una energía inconcebible en su estado y a su edad. Sierva María lo enfrentó con una ferocidad satánica, hablando en lenguas o con aullidos de pájaros infernales. El segundo día la tierra tembló y ya no cabía duda de que Sierva María estuviera a merced de todos los demonios. De regreso a la celda le aplicaron una lavativa de agua bendita para expulsar a los demonios de sus entrañas.

El acoso prosiguió por tres días más. Aunque llevaba una semana sin comer, Sierva María lograba defenderse con fuerza y golpes.

Sierva María no entendió nunca qué fue de Cayetano Delaura , porqué no volvió y el 29 de mayo, sin alientos para más, volvió a soñar con la ventana de campo nevado, donde Cayetano no estaba ni volvería a estar nunca. Tenía en el regazo un racimo de uvas doradas que volvían a retoñar tan pronto como se las comía, pero esta vez las arrancaba de dos en dos para ganarle al racimo hasta la última uva. La guardiana que entró para prepararla para la sexta sesión de exorcismos la encontró muerta de amor en la cama con los ojos radiantes y la piel de recién nacida. El cabello le brotaba y se le veía crecer.

PERSONAJES

SIERVA MARÍA: Personaje principal. Crece con las tradiciones de los esclavos yoruba a pesar de ser la hija de un marqués. Se comportaba como los esclavos, solía mentir siempre, pasar desapercibida y conocía sus lenguas y tradiciones. Su personalidad es enérgica, atormentada y oscura, pero debajo de esa apariencia de fuerza y demoníaca, existía una niña asustada que deseaba ser feliz y libre.

CAYETANO DELAURA: Personaje principal. Sacerdote culto y apasionado por la lectura. Tiene una extraña conexión con Sierva María desde antes de conocerla y pese a su hábito, termina por enamorarse de ella. No obstante, nunca deja de creer en la institución de la Iglesia y en los formalismos, lo cual lo llevan a su ruina y a la de su amada.

MARQUÉS: Personaje secundario. Padre de Sierva María. Hombre bueno de carácter débil, temeroso y apático.

BERNARDA: Personaje secundario. Madre de Sierva María, pero siempre la odió y le temió por su presencia fantasmal. Llevaba vida de crápula. Nunca amó al marqués y se casó con él por interés. Astuta para los negocios de esclavos pero entregada a los vicios.

jueves, agosto 10, 2006

Crónica de una muerte anunciada

Crónica de una muerte anunciada

Resumen

El día que mataron a Santiago Nasar, se levantó a las 5:30 de la mañana, después de haber asistido el día anterior a la boda de Ángela Vicario. Se dirigía al puerto para recibir al obispo que venía en barco a darle la bendición al pueblo. Santiago era el hijo único de un matrimonio por conveniencia, era rico, su padre era árabe, tenía una hacienda y le gustaban las armas, mientras que su madre era sensible y sólo amaba a su hijo.

Esa mañana, Santiago sentía un dolor de cabeza y había tenido sueños extraños la noche anterior, pero ni él ni su madre, Plácida Linero, previeron el peligro que le esperaba. Salió vestido de lino blanco después de haber desayunado. Victoria Guzmán, la cocinera, estaba enterada de que iban a matar a Santiago, pero no le dijeron nada porque en el fondo, Victoria Guzmán deseaba que lo mataran. En el suelo, había una carta de advertencia para Santiago en donde le especificaban quiénes lo matarían, por qué razones y a qué hora lo harían, pero cuando Santiago salió, ni él ni nadie la vio hasta después del asesinato.

Santiago Nasar salió por la puerta principal y se dirigió rumbo al puerto. Al pasar cerca de la tienda de Clotilde Armenta, Pedro y Pablo Vicario, gemelos de 24 años, ya estaban esperando a Santiago para matarlo, sin embargo, Clotilde les pidió que dejaran sus asuntos para después por respeto al obispo.

El obispo no bajó del barco y desde allí dio la bendición. Santiago se sentía decepcionado, pues esperaba besarle la mano. De regreso se encontró con Margot, la hermana del narrador, quien invitó a Santiago a la casa a desayunar, pero éste prometió regresar en cuanto se cambiara de vestimenta. Muchos de los que estaban en el puerto sabían que a Santiago Nasar lo iban a matar. Don Lázaro Aponte, alcalde municipal, creyó que ya no corría ningún peligro, asimismo, el padre Carmen Amador. Cuando Margot caminaba rumbo a su casa, se enteró del escándalo que circulaba: la hermosa Ángela Vicario, que se había casado el día anterior, había sido devuelta a casa de sus padres porque el esposo encontró que no era virgen. Nadie podía explicarle cómo fue que el pobre Santiago Nasar terminó comprometido en semejante enredo, pero sí sabía con seguridad que los hermanos de Ángela lo estaban esperando para matarlo. Margot le contó a su madre la posible tragedia y ella salió rápidamente para avisarle a Plácida acerca de los intentos de asesinato contra su hijo, sin embargo, cuando iba en la calle, le dijeron que ya era muy tarde, Santiago ya había sido asesinado.

II

Bayardo San Román, el hombre que devolvió a la esposa, había venido por primera vez en agosto del año anterior: seis meses antes de la boda. Andaba por los 30 años, era muy rico, tenía los ojos dorados, de cintura angosta y parecía un hombre triste. Nadie supo nunca a qué vino realmente, se decía que andaba de pueblo en pueblo buscando novia para casarse. La noche en que llegó dio a entender en el cine que era ingeniero de trenes y habló de la urgencia de construir un ferrocarril. Nunca se estableció muy bien cómo se conocieron él y Ángela, pero supuestamente un día Bayardo vio a Ángela caminar por la calle junto con su madre y dijo que se casaría con ella, posteriormente, hubo una feria en donde se subastaron varias cosas y Ángela era quien cantaba las cifras. Bayardo compró todos los artículos de la rifa y en especial la ortofónica, la cual envió a casa de Ángela envuelta y adornada para regalo por su cumpleaños.

Ángela Vicario era la hija menor de una familia de recursos escasos. Su padre, Poncio Vicario, era ciego y orfebre de pobres. Purísima del Carmen, su madre, había sido maestra de escuela hasta que se casó. Las dos hijas mayores de Pura se habían casado muy tarde y una hija intermedia falleció de fiebres crepusculares.

Ángela era la más bella de las cuatro, pero tenía un aire desamparado y una pobreza de espíritu que le aguardaban un porvenir incierto.

Al muy poco tiempo, Bayardo San Román le propuso matrimonio a Ángela. Ella no estaba muy convencida de convertirse en su esposa, pero él había atrapado con sus encantos a la familia Vicario y además representaba una gran bendición, tomando en cuenta el estatus social de la familia. La madre de Ángela pidió que Bayardo San Román acreditara su identidad, pues hasta entonces nadie sabía quién era. Bayardo trajo a su familia para ponerle fin a las distintas conjeturas y chismes que circulaban en el pueblo acerca de su identidad. Eran cuatro: la madre, Alberta Simonds, una mulata grande de Curazao que hablaba el castellano mezclado con el papiamento; las hermanas, acabadas de florecer, parecían dos potrancas sin sosiego y el padre, la carta grande: el general Petronio San Román, héroe de las guerras civiles del siglo anterior y una de las glorias mayores del régimen conservador por haber puesto en fuga al coronel Aureliano Buendía en el desastre de Tucurinca.

El día de la boda se fijó pronto y hubiera sido antes de no ser por el luto que guardaban los Vicarios. Ésta se iba a celebrar en casa de la familia Vicario, la cual requería de remodelaciones para la cantidad de invitados, incluso Bayardo alquiló las casas de los vecinos para que tuvieran más espacio para el baile. Asimismo, ya estaba dispuesto el nuevo hogar de la pareja, una casa en la colina que pertenecía al viudo Xius y era la casa más bonita del pueblo, pues desde allí se veía el paraíso sin límites de las ciénagas cubiertas de anémonas moradas, y en los días claros de verano se alcanzaba a ver el horizonte nítido del Caribe y los trasatlánticos de turistas de Cartagena de Indias.

Nadie hubiera pensado que Ángela Vicario no fuera virgen, dado que nadie le había conocido ningún novio anterior y había crecido junto con sus hermanas bajo el rigor de una madre de hierro. Ella quería suicidarse pero a falta de valor resolvió contarle a su madre, quien le aseguró que casi todas las mujeres perdían la virginidad en accidentes de la infancia y que habían trucos para engañar al marido con la reposición de otra sábana que pudiera exhibir en su primera mañana de recién casada, la sábana de hilo con la mancha de honor. Ángela se casó con esa ilusión y Bayardo San Román debió casarse con la ilusión de comprar la felicidad con el peso descomunal de su poder y fortuna, pues cuanto más aumentaban los planes de la fiesta, más ideas de delirio se le ocurrían para hacerla más grande. El general Petronio San Román y su familia llegaron en un buque de ceremonias del Congreso Nacional, junto con varias personalidades distinguidas y muchos regalos. Al novio le regalaron un automóvil convertible con su nombre grabado en letras góticas y a la novia le regalaron un estuche de cubiertos de oro puro.

El acto final terminó a las seis de la tarde, cuando se despidieron los invitados de honor y el buque se fue con las luces encendidas, dejando un reguero de valses de pianola. Los recién casados aparecieron poco después en el automóvil descubierto y después de festejar un rato, Bayardo ordenó que siguieran bailando por cuenta suya y se llevó a la esposa aterrorizada para la casa de sus sueños donde el viudo Xius había sido feliz. La parranda pública se dispersó en fragmentos hasta la media noche. Santiago Nasar, quien gustaba de hacer cálculos sobre los gastos de la fiesta, estuvo festejando y bebiendo con el narrador, Enrique, Cristo Bedoya e incluso con los hermanos Vicario 5 horas antes de que lo mataran.

Por la madrugada, Bayardo San Román entregó a su suegra a Ángela Vicario, sin pronunciar una sola palabra, posteriormente se despidió de Pura con un beso en la mejilla.

Pura Vicario golpeó con mucha rabia a su hija y cuando los gemelos volvieron a casa, un poco antes de las tres de mañana, escucharon la sentencia que Ángela hacía en contra de Santiago Nasar, el que supuestamente la despojó de su virginidad.

III

El abogado de los Vicario sustentó la tesis del homicidio en legítima defensa del honor, que fue admitida por el tribunal de conciencia, y los gemelos declararon al final del juicio que lo hubieran hecho mil veces más por los mismos motivos. Los gemelos se rindieron ante su iglesia pocos minutos después del crimen. Ambos estaban exhaustos por el trabajo bárbaro de la muerte, y tenían la ropa y los brazos empapados.

Habían empezado a buscar a Santiago Nasar en la casa de María Alejandrina Cervantes, pero de haber sido cierto, jamás hubieran vuelto a salir de allí, pues María Alejandrina, quien llevaba un negocio de casa de citas con mulatas, le tenía un profundo respeto a Santiago, quien en su adolescencia estuvo enamorado de ella hasta que su padre descubrió el amorío. Por consiguiente, los gemelos fueron a esperarlo en la casa de Clotilde Armenta.

Nunca hubo una muerte más anunciada. Después de que la hermana les reveló el nombre, los gemelos Vicario pasaron por el depósito de la pocilga, donde guardaban sus cuchillos para descuartizar cerdos, y escogieron los dos mejores que tenían. Los envolvieron en un trapo y se fueron a afilarlos en el mercado de carnes. Faustino Santos, un carnicero amigo, los vio entrar a las 3:20 y mientras los gemelos afilaban sus cuchillos anunciaron que iban a matar a Santiago. Nadie les hizo caso porque pensaban que estaban borrachos, pero Faustino percibió una luz de verdad en la amenaza de Pablo Vicario y le comunicó lo ocurrido a un agente de la policía que pasó a comprar una libra de hígado para el desayuno del alcalde. El agente se llamaba Leandro Pornoy, quien fue a la tienda de Clotilde Armenta cuando los gemelos estaban sentados esperando.

Clotilde Armenta tenía una tienda que vendía leche al amanecer y víveres durante el día, y se transformaba en cantina desde las seis de la tarde. Esa mañana, Clotilde estaba levantada más temprano porque quería terminar de vender la leche antes de que llegara el obispo.

Los hermanos Vicario entraron a las 4:10 y éstos anunciaron, que andaban buscando a Santiago Nasar para matarlo. El agente Leandro Pornoy, que iba por la leche del alcalde, comprendió las intenciones de los hermanos y le avisó al coronel Lázaro Aponte. Éste se dirigió a casa de Clotilde y sólo les confiscó los cuchillos a los hermanos. Clotilde estaba desilusionada, pues esperaba que arrestaran a los gemelos hasta esclarecer la verdad del conflicto. Los hermanos Vicario habían contado sus propósitos a más de doce personas que fueron a comprar leche, y éstas lo habían divulgado por todas partes antes de las seis. A Clotilde le parecía imposible que no se supiera nada en la casa Santiago así que le mandó un recado urgente a Victoria Guzmán, la criada de Santiago, para alertar a Santiago del peligro. Clotilde no había acabado de vender la leche cuando volvieron los hermanos Vicario con otros dos cuchillos envueltos en periódicos.

Faustino Santos no pudo entender porqué habían vuelto los gemelos a afilar sus cuchillos, y al oírlos gritar que iban a sacarle las tripas a Santiago, creyeron que estaban borrachos y exagerando, sin embargo, Clotilde notó que los gemelos llevaban la misma determinación de antes para matar a Santiago.

Pedro Vicario, según declaración propia, fue el que tomó la determinación de matar a Santiago Nasar, y al principio su hermano no hizo más que seguirlo. Pero también fue él quien pareció dar por cumplido el compromiso cuando los desarmó el alcalde, y entonces fue Pablo Vicario quien asumió el mando.

Cuando los gemelos salieron de la porqueriza con los otros cuchillos, fueron a casa de Prudencia Cotes, la novia de Pablo Vicario. Prudencia ya sabía cuáles eran las intenciones de los hermanos y jamás se hubiera casado con Pablo si éste no hubiera cumplido como hombre. Prudencia Cotes se quedó esperando en la cocina hasta que los vio salir, y siguió esperando durante tres años hasta que Pablo Vicario salió de la cárcel y fue su esposo de toda la vida. De allí, los gemelos fueron a la tienda de Clotilde para esperar a su víctima. Santiago Nasar entró a su casa a las 4:20 después de haber estado, primero en la fiesta, después, junto con Luis Enrique, el narrador y Bedoya, fue a casa de los novios para reventar petardos en honor a los novios y finalmente estuvo en casa de María Alejandrina hasta pasadas las tres. Luis Enrique, por su parte, llegó muy borracho a su casa y se quedó dormido en el baño, mientras que el narrador permaneció en casa de María Alejandrina.

A las 5:30, Victoria Guzmán despertó a Santiago para ir a recibir al obispo, pero no le dijo nada con respecto al mensaje que habían enviado. Por otra parte, Luis Enrique había visto a los gemelos antes de regresar a casa, pero estaba tan borracho que no recuerda lo que le dijeron ni lo que él contestó. A la mañana siguiente, oyó sin despertar los primeros bramidos del buque del obispo. Después se durmió a fondo, rendido por la parranda y lo despertó un grito histérico de su hermana Margot que decía que habían matado a Santiago.

IV

Los estragos de los cuchillos fueron apenas un principio de la autopsia inclemente que el padre Carmen Amador se vio obligado a hacerle a Santiago Nasar por ausencia del doctor Dionisio Iguarán. Siete de las numerosas heridas eran mortales. Lo habían herido en el páncreas, el pulmón, el hígado, los brazos, la mano, etc. La autopsia se realizó dentro de una escuela pública del pueblo.

Entre tanto, los hermanos Vicario estaban encerrados en la cárcel, sin poder conciliar el sueño porque todo su cuerpo y sus ropas olían a Santiago, de hecho, todo el pueblo olía a Santiago Nasar. Pensaban que querrían matarlos en venganza a su acto. El temor de los gemelos respondía al estado de ánimo de la calle.

El coronel Aponte interrogó a la comunidad árabe para ver si tenían planeado tomar represalias en contra de los Vicario, pero dicha comunidad sólo sufría su pérdida.

La familia Vicario se fue completa del pueblo, hasta las hijas mayores con sus maridos, por iniciativa del coronel Aponte. Se fueron a Manaure sin que nadie se diera cuenta, cerca de Riohacha, donde estaban presos los gemelos. Allá fue Prudencia Cotes a casarse con Pablo Vicario cuando éste quedó absuelto. Pedro Vicario, sin amor ni empleo, se reintegró 3 años después a las Fuerzas Armadas, mereció la insignia de sargento primero.

Para la inmensa mayoría, sólo hubo una víctima: Bayardo San Román, quien después de haber regresado a Ángela, bebió tanto en la colina de Xius que lo encontraron en estado de urgencia por intoxicación etílica. La madre de Bayardo y sus hermanas fueron a acompañarlo en la pena. Después se marcharon del pueblo y tanto la casa en la colina como el coche convertible, se desintegraron con el paso de los años.

Después de 23 años, el narrador vio a Ángela Vicario en la terraza de una casa. Ella nunca hizo ningún misterio de su desventura y la contaba a quien le preguntara con sus pormenores a excepción del secreto que nunca se pudo aclarar: quién fue, cómo y cuándo el verdadero causante de su perjuicio, pues nadie creyó que en realidad hubiera sido Santiago Nasar, quien era demasiado altivo para fijarse en ella. Ángela contó que siempre se quedó grabada en su memoria la imagen de Bayardo y si lloraba o sentía pena, era por él. Ángela lo vio un día salir de un hotel, pero él no la vio. Nació todo de nuevo y ella se volvió loca de remate por él. A partir de entonces comenzó a escribirle, poco a poco las cartas se hicieron semanales, pero no había respuesta alguna. A Ángela le bastaba saber que él las estaba recibiendo, pero era como escribirle a nadie.

Una madrugada, por el año décimo, la despertó la certidumbre de que él estaba desnudo en su cama. Ángela le escribió entonces una carta febril de 20 pliegos en la que soltó sin pudor las verdades amargas que llevaba podridas en el corazón desde su noche funesta. Pero no hubo respuesta y a partir de entonces ya no era consciente de lo que escribía a ciencia cierta, pero lo siguió haciendo por 17 años.

Un medio día de agosto, mientras Ángela bordaba con sus amigas, Bayardo San Román, más gordo y viejo, apareció con una maleta con ropa para quedarse y otra maleta igual con casi dos mil cartas que ella le había escrito, ordenadas por fechas, en paquetes cosidos con cintas de colores y todas sin abrir.

V

La impresión general era que Santiago Nasar murió sin entender su muerte. Después de que le prometió a Margot que iría a desayunar, Cristo Bedoya se lo llevó del brazo por el muelle. Yamil Shaium, un árabe comerciante, fue el único que salió a esperar a Santiago para prevenirlo en cuanto escuchó el rumor. Cristo Bedoya, después de despedirse de Santiago, se dirigió a Yamil y apenas escuchó la información, salió corriendo de la tienda en busca de Santiago. Le pareció imposible que hubiera llegado a su casa en tan poco tiempo, pero de todos modos entró a preguntar por él, lo buscó en su habitación y tomó la pistola de Santiago para dársela en caso de necesitarla. Se encontró con Plácida Linero, pero no se atrevió a decirle acerca de la amenaza de los Vicario y sin más explicaciones se marchó a buscarlo. En la plaza se encontró con el padre Amador, pero no le pareció que pudiera hacer por Santiago Nasar nada distinto de salvarle el alma. Iba otra vez hacia el puerto cuando escuchó que lo llamaban los gemelos desde la tienda de Clotilde, así que Cristo Bedoya les dijo que tuvieran cuidado porque Santiago estaba armado. En la puerta del Club Social, Bedoya se encontró con el coronel Lázaro Aponte y le contó lo que acababa de ocurrir en la tienda de Clotilde. Aponte prometió ocuparse del caso, pero primero entró al Club Social para confirmar una cita de dominó y cuando volvió a salir ya estaba consumado el crimen. Cristo Bedoya cometió entonces su único error mortal: pensó que Santiago Nasar había resuelto a última hora desayunar en casa de Margot y fue a buscarlo allá. Al doblar la última esquina, reconoció de espaldas a la madre de Margot, pero ella, envuelta en lágrimas, le dijo que ya lo habían matado.

Mientras Cristo Bedoya lo buscaba, Santiago Nasar había entrado en la casa de Flora Miguel, su novia y futura esposa para la próxima víspera de Navidad. Flora Miguel despertó aquel lunes con los primeros bramidos del buque del obispo y poco después se enteró que los gemelos Vicario estaban esperando a Santiago para matarlo. Santiago acababa de dejar a Cristo Bedoya en la tienda de Yamil Shaium y cuando entró a ver a su novia ella le aventó el cofre con las cartas de amor que le había escrito y le deseó que lo mataran. El padre de Flora Miguel le explicó a Santiago que los gemelos lo querían matar y que podía ocultarse allí o llevarse una escopeta para defenderse. Santiago salió rápidamente de allí y fue rumbo a su casa. Al dirigirse a su casa, lo vieron los hermanos y Clotilde le gritó a Santiago que corriera para salvarse. Cinco minutos antes, en la cocina, Victoria Guzmán le había contado a Plácida Linero lo que todo el mundo sabía. En la sala, donde estaba trapeando Divina Flor, la hija de Victoria Guzmán, vio a Santiago Nasar entrar por la puerta de la plaza. Placida Linero vio entonces el papel con la advertencia en el suelo, pero no pensó en recogerlo. A través de la puerta vio a los Vicario que venían corriendo hacia la casa con los cuchillos desnudos. Desde el lugar en que ella se encontraba, podía verlos a ellos, pero no alcanzaba a ver a su hijo que corría desde el otro ángulo hacia la puerta, y como pensó que él ya estaba dentro y que los gemelos querían meterse para matarlo dentro de la casa, corrió hacia la puerta y la cerró de un golpe. Estaba pasando la tranca cuando oyó los gritos de su hijo y los puñetazos de terror en la puerta, pero creyó que él estaba arriba insultando a los hermanos Vicario desde el balcón de su dormitorio y subió a ayudarlo.

Santiago necesitaba apenas unos minutos para entrar cuando se cerró la puerta. Los gemelos lo apuñalaban varias veces y esperaban que se derribara, pero éste no caía y según los hermanos, parecía que se estaba riendo. Cuando creyeron que ya lo habían matado se fueron corriendo hacia la iglesia. Santiago se levantó, sosteniéndose las entrañas, y trató de entrar por la puerta de la cocina, atravesó la casa de unos vecinos desconcertados por el bullicio y el aspecto de Santiago, y en cuanto entró a su casa, murió.

PERSONAJES

SANTIAGO NASAR: Personaje principal. Joven hombre de un pueblo en el Caribe, heredero de una finca y fortuna. Es asesinado por los gemelos Vicario. Creyente católico, gusta de la pachanga. Nunca supo que lo iban a matar hasta minutos antes de que ocurriera.

ÁNGELA VICARIO: Personaje principal. Joven mujer que se casa con Bayardo San Román pero es regresada a su familia cuando su esposo se da cuenta de que no era virgen. Ángela era la más bella de cuatro hermanas, pero tenía un aire desamparado y una pobreza de espíritu cuando era joven. Cuando es más grande, es persistente al tratar de recuperar a su marido con las cartas que envió por 17 años y cuenta con descaro y desmesura su desventura pasada.

BAYARDO SAN ROMÁN: Personaje secundario. Joven de familia rica que va al pueblo a buscar mujer para casarse. Es de mirada triste y muy orgulloso.

PABLO Y PEDRO VICARIO: Personajes secundarios. Asesinan a Santiago Nasar para salvar el honor de su hermana. Son religiosos, moralistas y gustan de la pachanga.

NARRADOR: Personaje principal. Busca la verdad de los sucesos en el asesinato de Santiago Nasar y a base de entrevistas, conforma la historia. Primo de los Vicario y gran amigo de Santiago Nasar.

martes, agosto 01, 2006

100 Años de Soledad

100 años de soledad
Gabriel García Márquez

Personajes:

José Arcadio Buen día: personaje principal. Es un hombre soñador e ingenuo. El fundador de Macondo. Un hombre con gran curiosidad por la ciencia y generoso.
Úrsula: personaje principal. Úrsula es el personaje que tipifica la realidad de las madres en América Latina. Defensora de su familia y proveedora de lo necesario. Úrsula es supersticiosa y muy generosa.
José Arcadio: personaje secundario. Lleno de vida y deseoso de conocer el mundo. Bondadoso y un poco bruto.
El Coronel Aureliano: personaje principal. Aureliano es callado y retraído en su juventud y, más tarde, aguerrido y violento. Imposibilitado para el amor y expresar sus sentimientos.
Amaranta: personaje secundario. Amaranta creció alejada del cariño de su madre y de la atención de José arcadio Buendía. Vivió su vida amargada por el amor no correspondido de Pietro Crespi. Vivió atormentada por la pasión que sentía por su sobrino y el no poder confiar en nadie.
Aureliano Segundo: personaje principal. Cuando era niño se parecía a los aurelianos de la familia: callado, ensimismado e interesado en la platería. Cuando descubre el amor también descubre las fiestas, el derroche. Hombre de buen corazón y muy generoso.
José Arcadio Segundo: personaje secundario. En su niñez tiene el carácter de los José Arcadios: dicharachero, interesado en los inventos y en las empresas más extrañas e imposibles. Cuando es un hombre, comparte con el coronel Aureliano su interés por la guerra y las causas sociales.
Fernanda: personaje principal. Mujer dura y conservadora. Vive siempre preocupada por las apariencias.
Pilar Ternera: personaje principal. Amante y la mejor consejera de los Buendía. Pilar es una pieza fundadora de las generaciones de los Buendía. Provedora de consuelo y muy generosa.
Petra Cotes: personaje principal. Petra siempre fue la fiel amante de Aureliano Segundo. De buen corazón y llena de pasión y energía.
Aureliano: personaje principal. Aureliano comparte los gustos por la platería como todos los aurelianos. Ensimismado e inocente.
Amaranta Úrsula: personaje principal. Una mujer feliz y llena de vida. Amaranta Úrsula es la que logra cambiar el destino de los Buendía. Vive y muere feliz sin ningún asomo de amargura o soledad.
Argumento:
Esta es la historia de los Buendía, la estirpe que estuvo condenada a vivir cien años de soledad. Los Buendía pudieron descansar en paz cuando nació la primera criatura procreada en el amor verdadero.
José Arcadio Buendía y su esposa, Úrsula, son los procreadores de José Arcadio Buendía, el hijo mayor, y Aureliano Buendía, que más tarde sería coronel y Amaranta, la menor; de estos tres nacerán cuatro generaciones que, de manera cíclica como la historia, se irán relacionando y procreando entre ellos mismos, salvo algunas excepciones. Ésta familia acompañada por otros esposos, mujeres y niños, cruzan la sierra y en un lugar desierto encallado en el caribe fundan el pueblo de Macondo; el pueblo es testigo de la felicidad, de la tristeza, de la fortuna y de la desdicha en donde dignamente, durante mas de cien años, vivieron los Buendía.
Guiado por el asombro y la imaginación, José Arcadio Buendía se trastorna con la magia y las invenciones que Melquíades lleva a Macondo cada año con el circo. La obsesión de José Arcadio por las empresas mas inimaginables y su cercana relación con el gitano, Melquíades, son las constantes que marcaran y confirmarán su destino y el de toda su familia. Las relaciones de pasión-amor-odio más fuertes y destructivas se darán en el transcurrir de cuatro generaciones impregnadas por la superstición, el miedo, la religión, la soledad, la inocencia y la solidaridad. Los nombres se van perpetuando de generación en generación como los lazos carnales entre los primos y las tías, los hermanos y las abuelas, etcétera. Por la vida de los Buendía conocemos la historia de Macondo, del caribe y de América. La devastación de la tierra con la fiebre de los bananos, una guerra civil, la creación de los sindicatos.
Los Aurelianos son pensativos, meditabundos y combativos; Los José Arcadios son parranderos, obsesivos, y, locos, son todos. De estas historias personales que construyen la gran historia familiar nacen y viven los seres más extraños, mágicos y desolados que el mundo allá antes visto.
Capítulos:
1. Muchos años después, el coronel Aureliano Buendía se acordaría de cuando su padre los llevaba, a él y a su hermano, a conocer las maravillas del circo. José Arcadio Buendía amaba la época en que el circo llegaba a Macondo y con él llegaba Melquíades, un gitano extravagante que llegaba al pueblo con los inventos más extraños. Imanes que recolectaban todo a su paso, tapetes voladores y enormes cubos de hielo. Melquíades, a su despedida del pueblo, siempre le dejaba sus tesoros a José Arcadio, él, por su parte, emprendía con ellos las empresas más osadas. Úrsula, su mujer, siempre renegaba e intentaba impedir que su marido gastara el poco dinero, pero siempre era inútil. Los hijos gozaban del circo e igualmente se sorprendían por los inventos y las enigmáticas personalidades que llegaban con él.
2. El criollo cultivador de tabaco, José Arcadio Buendía, estableció una sociedad con el bisabuelo de Úrsula, el negocio fue tan productivo que en poco tiempo hicieron una fortuna. Los lazos de unión entre José Arcadio y Úrsula se estrecharon desde entonces, en el pueblo de Riohacha. La madre de Úrsula se encargaba de atormentarlos con los peligros a los que su descendencia se exponía por el parentesco familiar, eran primos, que había entre ellos. En un duelo de honor, así calificado por el pueblo, José Arcadio Buendía mató a Prudencio Aguilar cuando una noche hacía bromas sobre el matrimonio todavía no consumado por el terror de Úrsula sobre sus futuros hijos. José Arcadio y Úrsula se sintieron culpables por el asesinato, culpa que sentirían hasta en la tumba. Después de largas noches de insomnio a causa del espíritu de Prudencio, los Buendía deciden abandonar el pueblo y fundar uno nuevo: Macondo. Ya instalados en el pueblo que fundó José Arcadio con otros amigos, empezaron las visitas del circo. A la casa de los Buendía llegaba todas las mañanas Pilar Ternera, una jovial y risueña mujer que leía la baraja y ayudaba a Úrsula con las labores domésticas. Con el pretexto del juego, Pilar Ternera inició a José Arcadio en los menesteres del amor; así se inició la relación de la mujer con los Buendía. Tiempo después Aureliano se enteró de la relación que José Arcadio sostenía con Pilar y, se convirtió en su cómplice. Un jueves de enero nació Amaranta y para fortuna de su madre, Úrsula, después de una detenida examinación, era un bebé con todas las partes de ser humano.
3. Pilar Ternera parió a un Buendía, el niño, a pesar de la voluntad de Úrsula, fue llevado a la casa de los abuelos. Le dieron el nombre de José Arcadio y la abuela puso como condición que nunca se le fuera revelado su origen. José Arcadio se volvió una autoridad en el pueblo y nada se hacía sin ser antes consultado con él. Úrsula se encargó de consolidar la economía familiar, y así sería hasta sus últimos días, con su maravillosa industria de galletitas y peces azucarados. Por su parte, Aureliano había dejado de ser un niño y era lo contrario a la imagen de su hermano; Aureliano era silencioso y meditabundo y se había dado al oficio de la platería. Un domingo llegó Rebeca, con los huesos de sus padres en una caja y una carta para José Arcadio. La niña no hablaba, llegaron a creer que era sordomuda y hasta el día de su muerte la llamaron Rebeca Buendía. Descubrieron que Rebeca tenía el vicio de comer tierra y cal de las paredes; después de los esfuerzos de Úrsula dejó de hacerlo y comenzó a hablar. Con la llegada de nueva gente a Macondo llegó la enfermedad del insomnio y, más tarde, la peste de la memoria. Los habitantes del pueblo pasaban noches sin dormir y se estaban olvidando de su historia y hasta de los nombres de las cosas. De todo los curó Melquíades.
4. La casa fue remodelada y creció tanto como la familia. Rebeca y Amaranta se habían convertido en adolescentes y Úrsula decidió hacer una gran fiesta para ellas. La abuela mandó llamar a Pietro Crespi, un bailarín del cual se enamorarían las dos niñas. Amaranta cultivó un rencor por Rebeca que se llevaría hasta la tumba. Llegó al pueblo la familia Moscote, los padres y siete bellas hijas. Aureliano conoció a Remedios Moscote y quedó enamorado perdidamente de su candidez, la niña tenía nueve años. El dolor y la amargura se instalaron en casa de los Buendía cuando Pietro Crespi dejó el pueblo, Rebeca, por su parte, se queda sufriendo silenciosamente. Aureliano es el único que la comprende pues sufre del mismo mal de amor. Pilar Ternera se entera del amor que Aureliano le profesa a la menor de los Moscote y consigue que la niña acepte casarse con él. El matrimonio es aceptado bajo la condición de que Rebeca también cumpla su deseo de casarse. Amaranta la amenaza con impedir su boda, si fuera necesario, hasta con su propia muerte. Melquíades, el viejo sabio, se murió y José Arcadio se negó a enterrarlo. A l viejo José Arcadio se le iba el tiempo inventando mecanismos y estudiando los libros de Melquíades, fue perdiendo el interés por el mundo, excepto por el laboratorio que le dejó el gitano. Una tarde, José Arcadio entra en un estado tan alterado de locura que Aureliano, ayudado por diez hombres, tuvo que amarrarlo al castaño.
5. Aureliano y Remedios se casaron un domingo, Rebeca estaba muy triste por la demora de Pietro. El señor Moscote llevó un padre a Macondo que, más tarde, se daría a la tarea de edificar un templo que tardaría más de quince años en ser terminado. Amaranta, queriendo impedir la boda, propuso que la boda entre Rebeca y Pietro se realizará cuando el templo hubiera sido terminado. Hubo un nuevo y definitivo aplazamiento, la muerte de Remedios; una madrugada fue encontrada en un mar de sangre y con un par de gemelos atravesados en el vientre. Úrsula dispuso un duelo de puertas y ventanas y Rebeca volvió a comer tierra. Una tarde apareció un hombre enorme, de grandes músculos y el cuerpo curtido de sal, era José Arcadio que, muchos años atrás, se había ido con los gitanos. Rebeca descubrió en Arcadio el amor y se olvidó de Pietro. Aureliano se integra a la guerra civil, en muy poco tiempo es nombrado coronel.
6. Aureliano se aleja de Macondo, se convierte en un hombre mítico; en el pueblo se tienen noticias suyas por medio de los 17 hijos que tuvo durante la revolución. Arcadio, el nieto de José Arcadio, sigue los pasos de su tío, pero se convierte en un dictador, Úrsula lo desprecia. José Arcadio, que sigue amarrado al castaño, había perdido todo contacto con la realidad. Rebeca y José Arcadio se van de la casa pues, según Úrsula, son la deshonra de la familia. Amaranta y Pietro Crespi inician una profunda amistad que, más tarde, se convertiría en amor. Pietro le pide a Amaranta que se casen y ésta se niega rotundamente; el dolor se le vuelve insoportable y, al poco tiempo, Pietro Crespi se corta las venas. Amaranta se refugia en la costura y el hermetismo. El carácter firme de Rebeca convierte a José Arcadio en un manso hombre de trabajo. En la guerra, Arcadio es aprendido y fusilado pidiendo, como su última voluntad, que su hijo sea llamado José Arcadio y Úrsula si fuera niña.
7. La guerra había terminado pero el coronel Aureliano Buendía estaba condenado a muerte. La noche de su fusilamiento José Arcadio Buendía, rifle en mano, rescató a su hermano. El coronel y seis hombres volvieron a la guerra, dejaron Macondo para seguir la revolución. Una buena tarde llegó el telégrafo a Macondo. Rebeca y José Arcadio vivían apartados de su familia; sorpresivamente, un hilo de sangre atravesó el pueblo, desde la casa de Rebeca hasta la casa de Úrsula, la madre supo que habían matado a su hijo José Arcadio. El coronel Aureliano volvió a Macondo acompañado de su compadre Gerineldo Márquez. Gerineldo estaba enamorado de Amaranta y la visitaba todas las tardes. Úrsula le pidió a Amaranta que se casara con el coronel, ésta se indigno y, aseguró, que nunca se casaría.
8. Amaranta observaba a Aureliano José, hijo del coronel, desde su mecedor. Su sobrino había dejado de ser un niño y se resistía a dormir lejos de ella por temor a la lluvia, de juegos inocentes pasaron a quitarse las ropas, intercambiaron caricias y se perseguían por todos los rincones para amarse. Un día, cuando Úrsula casi los descubre, Amaranta salió de su fascinación y terminó de tajo con Aureliano José. El sobrino moriría enamorado de Amaranta. La vida en la casa cambiaba según los ánimos y las circunstancias de los habitantes. Una noche, cuando Aureliano José se paseaba desarmado por los antros, y en el contexto de una guerra, un capitán del gobierno lo asesinó de tres tiros. El coronel Aureliano Buendía volvió a Macondo acompañado por todo su regimiento. Úrsula descubrió, a pesar suyo, que su hijo había perdido el corazón en la revolución.
9. Llegaron a Macondo seis abogados, representantes del gobierno, en busca de el coronel Buendía para firmar ciertos acuerdos. Se firman los convenios aún cuando los abogados y el coronel reconocen que la revolución se ha convertido en una disputa por el poder. Después de veinte años de guerra, el coronel le pide ayuda a su amigo Gerineldo Márquez para acabar con la revolución donde, también, había perdido la vida y ahora le resultaba vacía. El coronel, para felicidad de su madre, vuelva a ser el hombre de la casa de los Buendía. Muchos años después, cuando el coronel seguía buscando poner fin a la violencia fue mal herido. Meses después se recuperó.
10. Santa Sofía de la Piedad había sido la mujer de Arcadio, tuvieron dos varones: Aureliano Segundo y José Arcadio Segundo. Los niños fueron tan parecidos cuando eran niños que hasta su misma madre los confundía. Aureliano Segundo se dio a la tarea de descifrar los pergaminos que Melquíades había abandonado con su muerte, pero una tarde, el gitano apareció en el laboratorio y se dispuso a transmitirle todo su conocimiento. En cambio, José Arcadio Segundo se dedicó al negocio de los gallos de pelea, Úrsula intentó evitarlo pero no obtuvo ningún resultado. Aureliano segundo conoció a la mujer que lo sacaría de su encierro y con la que compartiría toda su vida: Petra Cotes. A pesar de ser su mujer y después su concubina, la amaba más que a su propia esposa. Con Petra conoció la fortuna y la felicidad y, juntos, se convirtieron en unos despilfarradores y holgazanes. En una feria, donde Remedios, la bella, fue proclamada reina, Aureliano Segundo conoció a Fernanda que, más tarde, sería su mujer.
11. El matrimonio estuvo a punto de terminarse a los dos meses cuando Fernanda se enteró que Aureliano Segundo mantenía la relación con Petra Cotes. Fernanda venía de una familia acostumbrada a la buena vida y a cumplir con las reglas de etiqueta. Todo el tiempo que vivió en Macondo trató de imponer las mismas reglas para los Buendía. Los obligaba a sentarse a la mesa con manteles de lino y vajilla de plata. Fernanda se desvivía por atender la casa y era muy estricta con Aureliano. El hombre, agobiado por la dureza de Fernanda, se entregó al derroche de su fortuna y a vivir apasionadamente con su concubina. Pero, de su matrimonio nació Renata Remedios que, por su belleza e inocencia, sería la perdición de cuanto hombre la mirara. A su regreso de la guerra, el coronel Aureliano se había dedicado a la platería y siempre se le veía en el laboratorio de Melquíades. Una tarde, a pesar de su voluntad, su madre lo obligó a abrir la puerta. El coronel se encontró con 17 hombres que lo reclamaban como a su padre. Los 17 aurelianos se dedicaron a recorrer el pueblo y a disfrutar de los placeres de sus mujeres. Uno de ellos, Aureliano Triste llegó a la casa donde había vivido José Arcadio y después de tirar la puerta, en medio de la neblina, se encontró con Rebeca que le apuntaba con el rifle. Rebeca había estado encerrada desde la muerte de José Arcadio y estaba convertida en una anciana. Aureliano Triste había heredado el gusto por las empresas casi imposibles pero era afortunado en los negocios y, una buena tarde, decidió llevar el ferrocarril a Macondo.
12. Llegó a Macondo la luz, el cine, muchas novedades. Con el ferrocarril llegó Mr. Herbert y, un día, invitado a comer en casa de los Buendía probó los bananos. Le impresionaron tanto que en los siguientes días siempre se le vio haciendo pruebas y tomando apuntes respecto a la fruta. Después de varios meses llegó a Macondo una avalancha de forasteros que empezaron a construir casas y, más tarde, llegaron sus familias y sus animales. El pueblo se llenó de gente nueva, los gringos se habían asentado en Macondo para explotar la tierra, el banano; y el resto de la gente había llegado Macondo atraídos por las historias que se contaban del pueblo. Mientras el coronel vivía enojado por la invasión, Aureliano Segundo estaba feliz de relacionarse con gente nueva y vivir en una constante fiesta. Remedios, la bella era la única que no se alteraba con los vertiginosos cambios, pero todos los hombres que la miraban se volvían locos o se morían de amor por ella. Una tarde, mientras doblaba ropa limpia, Remedios, la bella, salió volando llevándose con ella unas sábanas. José Arcadio Buendía seguía atado del castaño y en una ocasión, mientras Úrsula lo alimentaba, le confesó su tristeza por la próxima muerte de su hijo Aureliano. El coronel cansado y enojado por la presencia de los gringos, decidió retomar las armas y acabar con ellos, acudió a pedirle ayuda a su amigo Gerineldo Márquez, éste se negó mirándolo con compasión.
13. Con el paso de los años Úrsula estaba perdiendo la vista pero seguía teniendo una energía que le permitía ocultar su vejez. La abuela se guiaba por los olores y por los sonidos y dedicaba su tiempo a la educación de José Arcadio, el hijo de Fernanda que sería Papa. Meme, la primogénita del matrimonio, sería una excelente ejecutante de clavicordio. Llegado el momento, los dos se fueron a continuar sus estudios en el extranjero. En su soledad, Amaranta había empezado a tejer su propia mortaja. Aureliano Segundo seguía siendo más feliz en los brazos de Petra y sólo volvía a la casa cuando sus hijos regresaban de vacaciones. Fernanda, por su parte, les escribía largas cartas mintiéndoles sobre la felicidad que reinaba en la casa. Aureliano Buendía pasaba todo el día recluido en el laboratorio, trabajaba en la platería. El único día que se asomó a la calle fue para ver pasar al circo. Los nuevos visitantes estaban muy lejos de parecerse a Melquíades y sus amigos.
14. Las vacaciones de Meme coincidieron con la muerte del coronel Aureliano Buendía. Meme había terminado sus estudios y se dedicaba a pasear con sus amigas y a tocar el clavicordio todas las tardes. En poco tiempo la casa se llenó de amigas que iban a la costura. Meme sobresalía por su entusiasmo y reanudó una bella relación con su padre que se desvivía por complacerla. Tiempo después, la actitud de Meme fue cambiando y su madre, Fernanda, la sorprendió en varias mentiras. Una tarde, después de días de secreta vigilancia, Fernanda la descubrió besándose con Mauricio Babilonia en la oscuridad del cine. La madre, como era de esperar, la encerró en la casa y le prohibió toda clase de visitas. Meme no parecía sufrir y, al contrario, disfrutaba de pasar horas en su cuarto. Una noche, Fernanda pidió ayuda a la policía para capturar un ladrón de gallinas que estaba en la parte trasera de la casa. Repentinamente, se oyeron unos disparos y Mauricio Babilonia cayó muerto dejando a Meme esperando un hijo suyo. Una mañana Amaranta anunció su muerte y, sin querer confesarse, se acostó en su lecho hasta que cerró los ojos.
15. Aureliano Segundo se distanció, aún más, de Fernanda por la forma en que se comportó con Meme. Años después descubrió lo que su propia esposa había intentado ocultarle, Meme había tenido un niño de Mauricio y llevaba tres años escondido en el laboratorio de Melquíades. Aureliano Segundo se encargó de su educación y lo llamó José Arcadio. Por su parte, José Arcadio Segundo había abandonado los gallos de pelea para trabajar en la compañía bananera, pero después de años de explotación se convirtió en el líder de los trabajadores y formó el primer sindicato de Macondo. El sindicato peleaba contra los gringos y José Arcadio Segundo se vio, muchas veces, en peligro de ser encarcelado. José Arcadio entendió mejor a su tío, el coronel Aureliano Buendía, pero al final de la lucha descubrió que la verdadera razón de ambos era el vació que tenían en el corazón.
16.Llovió cuatro años, once meses y dos días. Nadie podía dejar la casa, José Arcadio Segundo se pasaba el tiempo en el laboratorio platicando con Melquíades y absorto en los pergaminos. Aureliano Segundo esperaba que escampara para ir a casa de Petra. Después de un tiempo, la comida empezó a escasear y Fernanda le exigía a su marido que saliera en busca de víveres. Úrsula aseguraba que se moriría cuando escampara. Fue necesario excavar canales. En esos días se murió el coronel Gerineldo Márquez y el sepelio se vio arruinado por la lluvia. Úrsula se asomó a la ventana para despedirse de él. Aureliano Segundo va a casa de Petra Cotes y la encuentra tratando de salvar las pocas reses vivas que les quedaban. Enojada, Petra le reclama a Aureliano no haber acudido a sus llamados.
17. Dejó de llover y Úrsula se dedicó a restaurar la casa. Aureliano Segundo tomó sus baúles y regresó a casa de Petra Cotes. José Arcadio Segundo seguía estudiando los pergaminos de Melquíades. Con la restauración de la casa, Úrsula se llenó de recuerdos y se esforzó por cumplir su promesa de morir. La mujer, ya en sus últimos días, regresó el tiempo en su memoria y a los nuevos descendientes los confundía con los primeros. Rebeca murió a finales de ese año y Aureliano Segundo se hizo cargo del entierro. Con el diluvio Macondo parecía un pueblo fantasma, estaba deshabitado y todas las casas perecían caerse con solo mirarlas. Amaranta Úrsula, la hija menor de Fernanda, se fue a estudiar a Bruselas. El nueve de agosto, José Arcadio Segundo se murió mientras conversaba con su hermano gemelo. Pocas horas después, Aureliano Segundo dejó de respirar cuando dormía en la cama de Fernanda. Petra Cotes intentó ponerle los botines con los que siempre había deseado morir, pero Fernanda le prohibió la entrada a la casa. Los gemelos fueron enterrados en baúles iguales y volvieron a ser idénticos como lo fueron en la niñez.
18. Aureliano no abandonó en mucho tiempo el cuarto de Melquíades. Había empezado a traducir los pergaminos; Santa Sofía de la Piedad se encargaba de llevarle café, un poco de comida y de cortale el pelo. Desde la muerte de Aureliano Segundo, Fernanda se encargaba de mandar todos los días un canasto con víveres. Así humillaba a quien la había maltratado. Para Santa Sofía de la Piedad el que hubiera pocos habitantes en la casa le permitía descansar, la casa se precipitó en una crisis de senilidad y estaba casi en ruinas. Santa Sofía de la Piedad después de desistir de seguir trabajando, tomó sus pocas cosas y abandonó la casa y a Aureliano con Fernanda. Pasaron los años y Fernanda empezó a disfrutar de los recuerdos, una mañana Aureliano la encontró tendida en su cuarto vestida de reina. Aureliano, deseoso de seguir estudiando, salió a la calle en busca de ciertos libros. Así, Aureliano estaba consiguiendo traducir los pergaminos y empezó a disfrutar de ir a la librería.
19. Amaranta Úrsula regresó en diciembre. Apareció sin previo aviso, con bellos vestidos, hermosos collares y con su esposo. El hombre con quien se había casado era mayor que ella y tenía facha de navegante. Con Amaranta Úrsula llegó la felicidad. Volvió para quedarse y estaba dedicada a la salvación de la casa. Aureliano se mantenía encerrado en el taller y absorto en los estudios. Amaranta Úrsula acabó con las hormigas, revivió las flores, abrió las puertas y las ventanas. Su marido moría de amor por ella y le cumplía todos sus deseos. Una mañana, Amaranta Úrsula entró al taller y empezó a conversar con Aureliano. Amaranta Úrsula gozaba de hacer el amor con su marido sin importarles donde, Aureliano estaba profundamente enamorado de Amaranta. Se lo confesó a Negromante, una muchacha con la que Aureliano pasaba muchas noches. Un día, mientras el marido de Amaranta escribía cartas a sus amigos, Aureliano entró en la alcoba de su tía y la despojó de sus ropas. Lo que empezó en un forcejeo de resistencia terminó siendo un acto de amor y pasión.
20. Pilar Ternera se murió sentada en su mecedor de bejuco. Gastón, el marido de Amaranta Úrsula decidió viajar a Bruselas para supervisar sus negocios. Con su partida, Aureliano y Amaranta Úrsula se dieron a la tarea de amarse. Mientras ella cantaba de placer, Aureliano se iba haciendo más absorto y callado, porque su pasión era ensimismada. De pronto, Amaranta Úrsula recibió la noticia del regreso de Gastón, la mujer le respondió la carta contándole de su amor por Aureliano y, para sorpresa de ambos, Gastón los felicitó y les deseo lo mejor. La feliz pareja estaba esperando un hijo. Aureliano empezó a rastrear su origen pero no encontró a nadie que lo ayudara. Amaranta Úrsula hacía collares de vértebras de pescados, pero nunca encontró quien se los comprara. El niño nació y lo llamaron Rodrigo. Después de cortarle el ombligo, la comadrona se puso a limpiarlo ayudada por Aureliano. Cuando lo voltearon boca abajo descubrieron que el niño tenía cola de cerdo. La comadrona les dijo que podrían cortársela cuando el niño mudara los dientes, Amaranta Úrsula y Aureliano se quedaron tranquilos. Amaranta Úrsula estaba perdiendo mucha sangre y después de varios días se murió. Absorto en su dolor, Aureliano se olvidó de su hijo hasta que Nigromanta acudió para ayudarlo. Aureliano tuvo la revelación de encontrar en los pergaminos la historia de sus vidas y el trazo de su destino. Aureliano descubrió que su familia había estado condenada a cien años de soledad.