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viernes, abril 08, 2011

CASAS MUERTAS

CASAS MUERTAS.docx


Autor: Miguel Otero Silva, poeta, narrador y periodista; 1908-1985.
Otras obras: novelas: Fiebre, Oficina número uno, La muerte de Honorio, Cuando quiero llorar, no lloro, etc. (novelas); Agua y cauce, 25 poemas, etc.(poesía) y numerosos ensayos.
Género y corriente: Novela realista.
Estructura: Está dividida en 12 capítulos nominados.
Sinopsis: Carmen Rosa, novia de Sebastián, regresa a su casa luego del entierro de su amado, y se refugia en su jardín, el único sitio del pueblo donde todavía puede admirarse la belleza de plantas bien cuidadas, confirmación definitiva de la decadencia del pueblecito, pues "no quedaba a los habitantes de Ortiz sino la resignada espera del acabamiento".
Antes de que Carmen Rosa naciera, Ortiz había sido un pueblo vivo. A través de los recuerdos de los mayores, la niña intentaba reconstruir el pasado y revivir la gloria del lugar, entonces-muy distinto a las actuales ruinas.
El padre de la chica, antaño hombre activo y trabajador, enferma de fiebres y nunca recobra la cordura ni la fuerza.
A partir de ese momento, la madre, antes consagrada por entero al esposo, se dedica a sus hijas Carmen Rosa y Marta. La joven ni siquiera terminó la primaria a pesar ser la más inteligente de las alumnas de la señorita Berenice, única maestra para niñas que hay en el pueblo.
Carmen Rosa conoce a Sebastián un día de santa Rosa. Él había ido al pueblo de Ortiz a la pelea de gallos, en la cual el suyo ganó de tal forma que lo enemistó con su adversario, el coronel Cubillos, jefe civil de Ortiz.
Era la época de la dictadura de Juan Vicente Gómez. Varios estudiantes presos son llevados a cumplir condenas de trabajos forzados, hecho realmente ocurrido en Venezuela alrededor de 1930, y pasan por Ortiz a bordo de un autobús.
Solamente Sebastián y el señor Cartaya, masón y liberal, se atreven a brindarles alguna ayuda. Desde ese momento, Sebastián comienza a inquietarse por la situación política del país.
Por su compadre Feliciano, el joven se entera de que en El Sombrero se prepara un alzamiento para liberar a los estudiantes y él se adhiere al movimiento. Pero el complot es descubierto, Feliciano huye y Sebastián se va en busca de las guerrillas de Arévalo Cedeño para unirse a ellas.
Entre tanto, el coronel Cubillos manda preso a Pericote, el trovador de Ortiz, para poder acercarse libremente a Petra Socorro, quien vivía con el músico. Cartaya se indigna y en seguida se presenta a protestar por tal detención, pero no obtiene respuesta.
Con la estación de lluvias regresan las fiebres palúdicas y muchos orticeños pierden la vida por esa causa. Sebastián, que llega de Parapara a visitar a su novia Carmen Rosa, contrae la enfermedad y muere. A sus amigos no les queda sino resignarse, pero Carmen Rosa, que no conoce el conformismo, se va a fundar un pueblo al oriente, donde acaban de hallar petróleo. Su madre se conforma con seguirla y sólo en el señor Cartaya encuentra Carmen Rosa palabras de aliento para su arriesgada empresa.
La señorita Berenice, a quien las fiebres habían arrebatado los pocos alumnos que tenía, queda encargada de cuidar la casa y el jardín de Carmen Rosa. Con la partida de la joven se cierra la obra. Ella se marcha, dejando atrás toda su vida, para no ser una víctima más de la desidia y de las fiebres que imperan en ese pueblo de casas muertas.
En esta novela, publicada en 1955, se aprecia ya la preocupación social, que es bastante visible en toda la obra posterior de Otero Silva.
Asimismo, el lenguaje realista que el autor domina a la perfección, contribuye al carácter de denuncia casi testimonial que singulariza a su literatura.
La tragedia de los habitantes del llano venezolano adquiere en Casas muertas dimensiones extraordinarias, lo cual, unido a sus indiscutibles valores literarios, hacen que ella ocupe un lugar de importancia dentro de las letras latinoamericanas.
El título de la novela alude a Ortiz, donde transcurre la historia, pequeño pueblo fantasma del llano de Venezuela habitado casi por inercia.

miércoles, mayo 26, 2010

JUVENILIA

Descarga de resumen JUVENILIA.doc

Autor: Miguel Cané, narrador, ensayista y crítico; 1851 - 1905.

Otras obras: Ensayos (ensayo); En viaje, Charlas literarias, Notas e impresiones, Discursos y conferencias, Prosas ligeras (críticas); etcétera.

Género y corriente: Novela romántica autobiográfica.

Estructura: Consta de una introducción y 36 capítulos.

Sinopsis: Los primeros meses en el colegio resultaron para el narrador un verdadero martirio por la dura disciplina de la institución y el régimen alimenticio, ya que "el segundo obstáculo insuperable fue la comida, invariable, igual, constante".
La hostilidad del colegio sólo pudo ser contrarrestada por la incipiente incursión del muchacho en la literatura. El descubrimien¬to de Los tres mosqueteros, Veinte años después, El vizconde de Bragelonne, etc., propició noches de vigilia, intercambio de novelas con la familia y, después con los compañeros, lecturas que le permitieron olvidarse de su tristeza y participar en las aventuras de los personajes novelescos.
Con el tiempo, las penas e incomodidades del colegio se hicieron habituales. Las aventuras y juegos escolares conforman el tema de los otros capítulos.
Su compañero Benito Neto, quien poseía una copia de la llave del portón, que sólo accedía a usarla si se le invitaba a participar en las escapadas de la escuela, le dio múltiples oportunidades de hacer, estas travesuras.
Un nombre en particular resalta en estas memorias: Amédée Jacques, quien llegó a la Argentina sin título académico alguno —pero con enormes conocimientos— y por su saber terminó siendo direc¬tor del colegio.
Los estudiantes, sorprendidos por la sapiencia del maestro al dictar la clase, vieron en Jacques un modelo, a pesar del carácter impulsivo y violento que, en ocasiones, lo caracterizaba.
Su muerte causó un choque a los alumnos quienes, como postrer homenaje, lo llevaron a hombros hasta su tumba.
Miguel Cané cuenta también los enfrentamientos entre alumnos porteños y provincianos, y los castigos que por ello llegan a sufrir, como perder los paseos dominicales, ser expulsados o pasar intermi¬nables horas de encierro. Así, el narrador recuerda: "He conservado toda mi vida un terror instintivo a la prisión; jamás he visitado una penitenciaria sin un secreto deseo de encontrarme en la calle. Aún hoy, las evasiones célebres me llenan de encanto".
La enfermería es recordada con risueña emoción y lo mismo su enfermero, quien por ser tan ignorante orilló al médico a decir en curta ocasión que "en la enfermería sobra uno, o es el enfermero o soy yo". Y, lógicamente, cesaron al enfermero.

La clase de literatura resultó motivadora para el narrador, ya entrenado en la lectura de novelas. Aun cuando el profesor Gigena no alentó la inquietud literaria de sus alumnos, ellos crearon un periódico interno que les valió discusiones acaloradas y uno que otro moretón.
El autor también recuerda cómo por esa época ya colaboraba en el periódico de su familia, La Tribuna, en el cual sus parientes lo apoyaron publicando sus primeros trabajos.
La chacarita de los colegiales, casa de campo propiedad del colegio, resultaba el lugar idóneo para relajar la disciplina escolar y permitir innumerables aventuras a los estudiantes. El robo de una sandía, de un melón o la escapada nocturna para conquistar a una chica resultaban acontecimientos inolvidables para los muchachos.
Aunque los colegiales vivían inmersos en el tráfago de clases, exámenes, riñas internas, etc., ello no les impedía estar al tanto de los acontecimientos nacionales.
Así, entre los recuerdos del narrador, figura el memorable 22 de abril de 1863, cuando debía decidirse la federalización de la capital o la de toda la provincia de Buenos Aires, suceso de graves consecuen¬cias para la Argentina.
Cinco interminables y, paradójicamente, inolvidables años de internado y la adolescencia que cedió paso a la juventud, con las inquietudes propias de la edad, despertaron en el narrador el deseo de escapar del claustro académico y dejarse llevar por la vida exterior, lo que finalmente consiguió. La novela termina con Miguel Cané fungiendo como examinador en el colegio.
Juvenilia, de una amenidad cautivante, posee casi siempre un tono risueño, aunque incluye algunas páginas melancólicas.
Fue publicada en 1884. Está escrita en primera persona, recurso que permite al autor evocar sus vivencias estudiantiles en el Colegio Nacional de Buenos Aires, durante los cinco años de internado que allí pasó, a partir del año 1860, tres meses después de la muerte de su progenitor.
En cada página se descubren los recuerdos: la entrada al colegio, luego de fallecido el padre; el llanto de la madre y su valor para dejar al hijo en el lugar conveniente, la tristeza del encierro, la añoranza del hogar y la familia...
La narración de todos estos episodios pintorescos, así como la descripción del carácter de profesores y alumnos, está llena de espontaneidad y por ello su lectura es siempre grata.